La mayoría de los médicos atendemos a pacientes con factores de riesgo cardiovascular como son la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol, el consumo de alcohol o tabaco y con malos hábitos de alimentación o actividad física. Cuando realizas la historia clínica y recoges los antecedentes personales y familiares te encuentras con un patrón bastante similar en una gran mayoría de los casos. Más o menos es así:
Atiendes por la mañana a Carmen de 64 años de edad que desde hace 10 años presenta una hipertensión arterial, sobrepeso, baja actividad física y cifras de colesterol elevada que ha ingresado por un infarto cerebral ocasionándole una hemiplejia derecha y una dificultad para hablar y tragar. Sus padres fallecidos nacieron en los años 20 y pasaron las penurias de la época. Crecieron en su infancia y adolescencia en un ambiente rural alimentándose de los alimentos que cultivaban sus padres. Ambos, habitantes de localidades cercanas , vivieron también en un ambiente rural; trabajador él de la metalurgia y ella ama de casa cultivaban una pequeña huerta donde obtenían parte de sus alimentos y otros compraban. No tuvieron nunca sobrepeso. El padre arrastró durante unos años una tuberculosis (“pleura”) que junto con el tabaco y el trabajo empeoró su función respiratoria y falleció de una neumonía a los 78 años de edad sin limitaciones importantes para el cuidado de su huerta al final de su vida. La madre no fue nunca al médico, salía a caminar y ayudaba en la huerta y presentó un ictus a la edad de 80 años falleciendo 6 meses después. Su hija Carmen pudo estudiar y trasladarse a la “ciudad” donde trabajaba como abogada en un despacho, llevaba una vida sedentaria, sin ejercicio físico y se alimentaba con alimentos procesados por falta de tiempo por su trabajo y con poca ingesta de alimentos frescos. Se detectó cifras de tensión alta, sobrepeso y aumento de colesterol. Se le recomendó actividad física y reducción de peso, así como ingerir menos sal, evitar los alimentos procesados, evitar alimentos con grasas saturadas y consumir preferentemente alimentos frescos. Controló su dieta y comenzó a hacer ejercicio físico durante menos de un año mejorando los parámetros anteriores pero no mantuvo dichos cambios. Posteriormente ante el empeoramiento de sus cifras de tensión, colesterol y aumento de peso comenzó a tomar “ varias pastillas al día”. Tras el ingreso, Carmen con 64 años de edad ha quedado con unas secuelas de movilidad importantes que le han hecho abandonar su trabajo y le ocasiona limitaciones para atender sus propias necesidades.
En esta sencilla “parábola médica del estilo de vida”, se reflejan aspectos importantes de cómo los hábitos de vida pueden influir en la aparición de los denominados factores de riesgo y de enfermedad vascular. Carmen con 64 años de vida y una esperanza de vida superior a los 80 años va a vivir con una mala calidad de vida (peor que la de sus padres) a consecuencia de las secuelas del ictus durante muchos años. Sus padres tuvieron una vida longeva pero con un corto período de enfermedad hasta el fallecimiento lo que supuso una vida larga y de mejor calidad. En el caso de las enfermedades vasculares, el estilo de vida es fundamental para controlar su aparición.